Otro fin de año que se acerca, y otra Teletón... que ya llegó.
Y ahora, como el adulto que, alguna vez, fue un cabro chico tevito más o menos asumido, y mirando hacia atrás, recordar teletones es traer de nuevo a la mesa una ensalada de cosas bacanes pero también de cosas bien charchas. Como esas primeras teletones ochenteras y la misión, casi siempre miserablemente fallida, de pasar de largo al frente de la tele. Ya a esa edad, era el cabro chico que se veía todas las teletones porque era casi el evento del año y porque, aunque a los zetitas les cueste dimensionarlo, era el compendio anual de toda la tele. Casi todo programa que le iba bien y todos los rostros que la rompían en la tele durante el año, iban a estar en ese gran show, único en el año, durante ese fin de semana. Aunque, como cabro chico... sí, igual entendía el motivo de todo. Había que juntar plata, mucha plata, para ir en ayuda de niños y jóvenes que no tenían de otra, y ese show maratónico de la tele lo lograba como nadie. Pero esa misión autoimpuesta de ser capaz de controlarlo todo (y de autocontrolarnos en todo) no se conseguía. Ese querer ver toda la Teletón, como todos los años, pero quedarme dormido a la 1 de la mañana, sí, como todos los años.
La primera Teletón que cerró en el estadio, en 1995, me dejó emocionalmente mal. Y obviamente que me odié por no ser capaz de hacer nada. Lógicamente que después, más viejo, uno se da cuenta que gastarse tanto en autocontrolarse las emociones es misión perdida desde que se intenta. No controlaba mi sueño cuando era chico e iba a ser capaz de controlar esto... La Teletón del 95 fue el punto de inflexión. De ese show anual que era bacán ver y no perderse nada (porque no había dónde verlo después), a una campaña cuestionada, a una edad en que, ya cualquier opinión que alguien lance por ahí, le empezamos a dar vuelta y a tratar de encontrar sentido.
Obviamente, después vinieron otras cosas, esa parte de la ensalada que trae puras cosas charchas. Esas teletones que en sus últimas horas siempre eran lo mismo, que se creía que no se iba a llegar a la meta, pero después con esa avalancha de donaciones a última hora y que siempre terminaba igual, superando la meta por varios millones. A ese cabro estudiante de media que se empezaba a cuestionar todo, siempre le despertó la cizaña de que era una maquinaria que, de no terminar de comprenderla, le daba rabia y le despertaba rechazo.
Después vino esa campaña, que ya casi no recuerdo qué año fue, en que se daba a entender que quedar minusválido le podría pasar a cualquiera... y que no era menos. A nadie le gustaría que le deseen o le den a entender que se podría quedar sin una pata. Más o menos por ese tiempo, además, salió lo de esa cabra universitaria que tuvo un accidente y que, durante una noche de cierre, apareció en el show del estadio para motivar a la gente por la tele. Y sí, ésa era la prueba viviente de que le podría haber pasado a cualquiera... y que me pudo haber pasado a mí. Un amigo de ese tiempo, a días de esa campaña, me tiró un dato que no sabía: ella había estado en nuestra misma comunidad en unos trabajos de invierno. Las circunstancias eran las mismas, unos trabajos universitarios, y lo que me separó de ella simplemente fue otro bus y otra temporada. Esto le puede pasar a cualquiera. Y tenían razón.
Ya con mi predisposición absolutamente arruinada, en parte por mí mismo, notaba que había comenzado a hacerse presente el cambio generacional. Las nuevas teletones ya no me tiraban tanto. De verdad que ya había muerto la flor, y para siempre. Ya sea porque estaba grande y había cosas más divertidas, o porque ya me empezaba a hacer sentido con más fuerza todo el criticismo hacia la campaña (de más conocido y que no le voy a hacer doble click), nunca más fue igual.
Otra cosa ingrata fue lo que me pasó cuando entré a trabajar. Mi ex-trabajo auspiciaba una sección completa de la Teletón. Pero cuando me levanté a preguntar cómo había sido y si había video (como solía ser después de algún evento) me dijeron que no vieron la Teletón y que no tenían idea. Usaron la Teletón como mera arma promocional. Ahí se me despejó bastante la culpa.
El clavo final del cajón fue el cambio de mentalidad. Un poco influido por las críticas que se le hacían a la Teletón de vivir de la lástima y usar la desgracia para pedir plata, ya hace un tiempo se había decidido echar a la basura la mística original que, en términos prácticos, había significado reemplazar los himnos emotivos por una optimista base rítmica media trendy y con un par de artistas actuales cantando encima. Ya hace rato se había acabado la era "We Are The World", en que se juntaban todos los cantantes y figuras nacionales en un gran y emotivo coro, reemplazándola por una pista con hartos sintes y harto plástico pero sin alma. Al final uno lo entiende. Ahora, más que cumplir con una meta de plata la noche del sábado, se persigue "venderle" la campaña a la nueva generación, más encima una generación que ve mucha menos tele, para que se haga cargo de organizarla y, obvio, de apoyarla. A los nuevos no se les puede vender una Teletón con un himno llorón. No, poh. No están ni ahí con eso. De ahí viene un poco ese "trauma" de la Teletón por mantenerse relevante y usar los códigos de la nueva generación, incluyendo su "música urbana" y su eterno tumpa-tumpa, para seguir arriba. Porque ahora está lleno de otras cosas que ver a esta hora, y no sólo en la tele. Los más viejos, y suena súper duro, vamos de salida.
Por todo eso siento tanto desapego y tengo tan poca conexión con el estado de la Teletón en la actualidad. ¿Es relevante todavía? ¿Vive los descuentos de un largo partido de fútbol que empezó el 78? No sé. Al final, la campaña final de las 27 horas de cada Teletón es como un mal necesario. Porque le podrán cuestionar todo, pero nada es capaz de juntar plata como la Teletón. Y sácate el cliché de "unir a todo un país", porque hace rato que ya no. La Teletón es campeona para juntar plata. Y dejémoslo así.
Yo paso de las 27 horas. Claro, después de depositar. Pero igual me voy a asomar si sale un humorista chistoso. Porque, obvio, es la tele.